Es una sensación rara, ver en estos días de dolor las calles y plazas vacías, ausentes, sin el gentío que en primavera las recorre, sin los gritos de los niños ni el ruido sordo de la ciudad. Solo el trino de los pájaros, de mirlos, palomas y gorriones, y el olor a azahar. Ver desde tu ventana los naranjos en flor, nevados, y ese olor dulzón, de siempre, que embriaga el ambiente y te hace sentir que perteneces a la ciudad, a Córdoba.
Estando en estas tribulaciones me pregunté desde cuando habrían disfrutado los cordobeses de ese perfume primaveral, del olor del azahar. Me vino a la memoria un texto del ilustre cordobés Ambrosio de Morales (1513-1591), cronista de Felipe II, que escribió un valioso trabajo titulado Las Antigüedades de las ciudades y lugares, pueblos y ríos antiguos, en el que describía lugares de nuestra geografía, basándose en datos arqueológicos obtenidos en inscripciones epigráficas, monedas o medallas, que resultó ser uno de los primeros trabajos de investigación científica de la época.
En el capítulo XXXI habla de su Córdoba natal, y dice: “Por la naturaleza que tengo en esta insigne ciudad, le tengo también la obligación comun que los hombres tienen a sus tierras donde nacieron”. Describe la ciudad, sus monumentos y sus gentes y llegado el momento dedica una palabras a ese suavísimo olor, de la flor de azahar: “Y mucho mas espanta el ver como venida la primavera en muchas huertas caudalosas se gastan muchos dineros, y se cogen muchos peones, para solo quitar la fruta que sobra, y echarla al muladar porque no estorbe a la flor de azahar, que de nuevo quiere salir. Pues ya cuando sale, y los árboles se cubren con ella, y estan como nevados, no se goza solamente en Córdoba el provecho que Virgilio dixo, que tenian los de la provincia de Media en Asia desta excelente flor, curando con ella el anhélito [respiración corta y fatigosa] y la dificultad de los viejos en el respirar: sino que sin estos y otro muchos bienes, la suavidad del ayre es entonces tanta por toda la ciudad y sus contornos, que muchos se salen de noche al campo por solo gozarla, porque de dia el polvo y baho de la gente, con el espesar el aire, la estorba. Y a mi me ha acontecido viniendo en este tiempo de camino por la campiña, en asomando a la ciudad mas de media legua antes de llegar a ella, sentir este suavisimo olor, que tan a la larga se esparce y no poder hablar de otra cosa por un rato, los que ibamos en compañia, sino de la gran suavidad que se gozaba”.
Un día, próximo seguramente, las calles recobrarán el jolgorio y la alegría de ayer, los trinos de los pájaros continuarán levantando la mañana, y el azahar, de nuevo, bañará nuestro recuerdo.
José Morales