En el ahora llamado “Alcazar de los Reyes Católicos” y que ha sido sede y testigo, escenario de los más importantes acontecimientos de la historia; se halla expuesta esta maravilla de la que ahora hablamos, el Mosaico de Eros y Psique. La que fue sede de gobierno de la Hispania Ulterior, en la Corduba Romana, donde el mismísimo Julio Cesar impartió justicia e inició la “carrera de los honores”, es también donde gobernaron los emires y califas omeyas siendo entonces Córdoba capital del mundo y del pensamiento islámico; donde Almanzor inició su curso meteórico en la administración que le llevarían al poder y la justicia total sobre al-Andalus. Y fue tambien morada regia de Fernando III el Santo, tras la conquista cristiana de Córdoba en 1236. Es también el Alcázar donde más tarde los Reyes Católicos establecerían sus reales y donde recibirían al sabio y navegante Colón, que abriría de nuevo las puertas del Nuevo Mundo, enarbolando en los estandartes del velamen de sus barcos, un símbolo ya casi olvidado, la Cruz del Temple.
Una sombra de dolor, de ignorancia y de muerte cayó sobre estos regios muros, tan preñados de historia y conquistas, cuando los Reyes Fernando e Isabel cedieron este edificio al Tribunal de la Inquisición. Las piedras, que mudas habían sido testigo de la voluntad de los reyes, del esplendor de las cortes, de las discusiones de honestos juristas y sabios, escucharían ahora el agudo grito de la tortura y el lamento sordo de la más cruel desesperanza.
Cuando en 1955 es cedida al Ayuntamiento de Córdoba, la ciudad quiere que en el Alcázar vuelva a brillar con nuevos lustres el pasado, y que éste evoque otra vez su memoria histórica. La que fue Capilla de la Inquisición es la que ahora se conoce como Salón de los Mosaicos, porque en ella se disponen las riquezas musivarias de un importante palacio romano, descubierto en el subsuelo de la plaza de la Corredera en 1955. Las teselas multicolores en piedra y en pasta vítrea de sus mosaicos figuran escenas de la mitología griega, símbolos de profundísimo alcance para todo romano culto. Los amores de Polifemo y Galatea, inspirados en la literatura helenística, exponen veladamente quizás, el drama del encuentro de una primitiva humanidad, ciclópea y ruda, sin alma ni sensibilidad, con las lindezas y armonías de la vida interior; vida que corre límpida aún entre los bosques y peñas del alma más indómita. Esta escena del alma y de la mitología griega, es la que luego dará nacimiento al mito de “La bella y la Bestia”. Tal y como enseñara el neoplatónico Porfirio, las ninfas son representaciones del alma humana, del alma encarnada en la vida; y Galatea es el alma, que aún rechazando al gigante, le dulcifica, y que convirtiéndose en río hace del gigante un pastor, un guía de las corrientes de vida.
También hallamos el Mosaico del Océano, del que el poeta Homero decía que “abraza toda la tierra”, y es hijo del Cielo, Uranos y de la Tierra, Gea. En la religión griega Okeanos es el cinturón líquido de agua dulce que ciñe los mares sin mezclarse con ellos. Sin fuente ni desembocaduras es origen de todas las aguas.
Otro de los mosaicos que fue desenterrado del sueño y del olvido es el de la Medusa, muy frecuente en la cultura romana y que alude al encuentro de los opuestos en la Naturaleza, y al poder y vida que surgen de esta unión; Poder y Vida que dan instinto y movimiento a las infinitas vidas que se perpetúan en la Naturaleza. Es así que los artistas romanos dibujaron a la Medusa en el centro de complejas figuraciones geométricas, como si fuera un Sol creador que despierta y anima a la naturaleza entera. Un significado análogo al del “aliento del dragón” de la simbología medieval.
En el mosaico que estudiamos ahora, Psique, representación también del alma humana, ha superado todas las pruebas, se reúne de nuevo con su amado Eros, el espíritu o impulso primordial. Las alas en los talones significan que ha roto todas sus ataduras terrenas, que es ya pura y libre. Esta imagen, preferida de los nobles romanos, está extraída del mito que narra Apuleyo en su libro “El Asno de Oro” o “Las Metamorfosis”. La unión de los amantes, Eros y Psique es símbolo de la inmortalidad del alma y se halla en una rueda, la del tiempo, en que las estaciones miran gozosas. El pavo real que preside la escena, significa los mil ojos de la noche; el cielo estrellado, lo puro y sin mancha, lo perenne y sin cambio. De esta unión de Eros y Psique nacería una hija, la Voluptuosidad, con que los romanos expresaban los placeres del alma. Detengámonos a considerar este símbolo y este mito.
Es importante recordar que, para los filósofos griegos, el ser humano es la resultante o síntesis de Soma (Cuerpo), Psique (Alma) y Nous (Espíritu, Mente Divina, Inteligencia). El soma o cuerpo es mortal y corruptible. Los filósofos pitagóricos eran muy dados -Platón también lo hace- a hacer el juego de palabras soma sema “el cuerpo es una tumba para el alma”. Nous es la Razón, la Mente Divina en la Naturaleza, inmortal, pura, incorruptible, siempre la misma a través de todos los cambios. La Psique, el alma, representada con alas de mariposa, es bella y a imagen de los Dioses, pero es de vuelo frágil y puede contaminarse y perder su semejanza con lo celeste si se torna esclava de los apetitos del cuerpo. O por el contrario, puede tornarse más y más divina hasta conquistar su inmortalidad, en sus bodas místicas con el espíritu, Eros. Pero debe trabajar penosamente al ser sometida a las pruebas y vicisitudes de la vida.
En la leyenda de Eros y Psique, ella es la hija de un Rey y tan, tan bella, que nadie quiere desposarla, por el “terror sagrado” que inspira. Desde las más lejanas comarcas vienen a rendirla culto, como si se tratara de la encarnación de la Diosa del Amor. Los Templos de Venus quedan, pues abandonados ante la Venus viva y nadie rinde ya sus ofrendas puras en el altar de la Diosa que es la Madre del Mundo, la divina armonía y unión de los elementos.
«Veis aquí yo, que soy la primera madre de la natura de todas las cosas; yo, que soy principio y nacimiento de todos los elementos; yo, que soy Venus, criadora de todas las cosas que hay en el mundo, ¿soy tratada en tal manera que en la honra de mi majestad haya de tener parte y ser mi aparcera una moza mortal, y que mi nombre, formado y puesto en el cielo, se haya de profanar en suciedades terrenales?”
Tal era la queja amarga de la Diosa Venus. Continúa el mito haciendo que los padres, por intervención del oráculo de Apolo, la destinen a un dios inmortal y la dejen, entre lamentos y honras fúnebres, en lo alto de un peñasco, donde es llevada por el cierzo a un palacio celeste de belleza inefable. Allí es desposada por el dios del Amor, a quien, sin embargo no puede ver. Las hermanas envidiosas hacen que ella quiera saber, llena de temor y de curiosidad, quién es su Amado; y al hacerlo la maldición cae sobre ella y es expulsada del palacio y de la compañía del Dios del Amor, de bucles de oro.
Las pruebas iniciáticas, con que debe conquistar ahora su condición divina son los trabajos para tornar de nuevo amable y benévola a la Diosa del Amor. Son, en verdad, los trabajos para conquistar la inmortalidad conciente. Son, según los pitagóricos, los trabajos que en miríadas de encarnaciones debe hacer el alma humana hasta hacer permanente la raíz divina que duerme en ella. La Naturaleza entera se conmueve ante esta decisión y ante la audacia de desafiar a la muerte; la naturaleza entera se convierte en aliada de Psique.
Debe separar, “antes de que llegue la noche”, de un montón de siete tipos de semillas -trigo y cebada, mijo, simientes de adormideras, garbanzos, lentejas y habas- mezcladas, unas de otras. Primer trabajo de la Psique y de las Escuelas de Filosofía pitagóricas, discernir, separar las semillas de acción de cada uno de los Siete Planos de Conciencia que hay en la Naturaleza. En esta prueba la ayudan un ejército de hormigas, que quizás representen las distintas unidades de conciencia, una infinidad, presentes en la conciencia humana, lo que los budistas llamarían la infinidad de matices de la percepción.
La segunda prueba es obtener el áureo vellón de un rebaño de carneros, y el viento en una caña quebrada, a manera de flauta, le dice que no debe hacerlo trasquilándolas, pues son carneros furiosos al mediodía y la darían muerte. Sino que debe esperar al atardecer, que los carneros al rozarse con las ramas del bosque dejarán en él sus hebras de lana dorada. Quizás esta prueba se refiera a uno de los misterios del alma, y enseñe que debemos aprovechar la experiencia del pasado, pero no atarnos a él. Y en otra clave de lectura del mito, no atarnos a las experiencias del alma en el curso de las distintas vidas, sino que el alma debe extraer de ellas, la hebra de oro de su quintaesencia. Es el consejo del libro místico tibetano Voz del Silencio: “No mires atrás o estás perdido. Mata todo recuerdo de pasadas experiencias”, es decir, no te enfrentes, cara a cara, a la experiencia ya pasada, ni trates de extraer la sabiduría de una experiencia sino cuando ya haya pasado.
En la tercera prueba, debe llenar una vasija de cristal de las negras aguas estígeas, y no lo hace por sí misma -no le sería posible, sin antes morir- sino con la ayuda del águila de Zeus. Águila que advierte a Psique: “¿Cómo tú eres tan simple y necia de tales cosas, que esperas poder hurtar, ni solamente tocar, una sola gota de esta fuente no menos cruel que santísima? ¿Tú nunca oíste alguna vez que estas aguas estígeas son espantables a los dioses y aun al mismo Júpiter? Además de esto, vosotros, los mortales, juráis por los dioses, pero los dioses acostumbran jurar por la majestad del lago estigio”
En la cuarta prueba desciende a los infiernos, el reino de lo invisible, el reino de Hades, y atravesando el río de la muerte y después de apaciguar al Cancerbero, alimentándolo, recibe un cofre donde se guarda la hermosura de Proserpina, un tesoro del reino de la muerte que cura todo dolor, el sueño sin ensueño. A pesar de la advertencia, la curiosidad -distintivo de Psique- le vence y abre la tapa del cofre, cayendo en un letargo similar a la muerte del que es liberado por su amado Eros. Ambos ascienden al Olimpo, la morada de los Dioses, y por orden de Zeus son desposados.
Es la apoteosis del alma de Psique, la superación de todas las pruebas, el quebrantamiento de todas las ataduras, el fin de todos los trabajos. Psique bebe “del vino de los Dioses” y recupera su condición divina, «Toma, Psiches, bebe esto y serás inmortal; Cupido nunca se apartará de ti; estas bodas vuestras durarán para siempre.» Es la voz de Zeus, el Alma del Mundo, que otorga el fuego de los Dioses ha quien se ha conquistado a sí mismo.
José Carlos Fernández