En los últimos años, se ha ido acuñando el término “desarrollo sostenible”, como uno de esos conceptos empleados hasta la saciedad en los contextos más variados, contituyendo una suerte de lugar de destino de múltiples propuestas de análisis y acción de nuestra sociedad occidental, y un punto de encuentro de las tendencias y posicionamientos más antagónicos..
El término, sin embargo, no es nuevo, sino que fuen empleado hace décadas en la Estrategia para la Conservación de la Naturaleza planteada por la UICN (órgano para la protección de la Naturaleza en el seno de la ONU). La filosofía de este planteamiento de desarrollo descansa en el principio de sustentabilidad, es decir, la capacidad de sustentarse, de sostenerse indefinidamente en el uso y gestión de los recursos. Otra característica de este planteamiento es su universalidad, es decir, que afecte al conjunto de las distintas sociedades humanas.
El concepto de desarrollo sostenible sobrepasa la mera actitud proteccionista de los recursos y la Naturaleza en su conjunto, constituyendo un motor dinámico de organización y gestión. En el desarrollo sostenible se combina el uso moderado y eficaz de los recursos, en los que se generan los mínimos residuos, con la puesta en práctica de aquellos dispositivos que generen nuevos recursos, de tal manera que deben quedar en cantidad y calidad suficiente como para permitir un aprovechamiento similar para generaciones posteriores.
Para alcanzar las metas propuestas en el concepto de desarrollo sostenible, es necesario, además de una puesta a punto de tecnologías eficientes y limpias, el definit el modelo de sociedad que se quiere potencias, las necesidades que hay que garantizar para asegurar una existencia digna para todos los espacios y recursos tanto materiales como humanos (conjunto de cualidades que definen la condición del hombre) que deben habilitarse para la realización completa de los componentes individuales de la sociedad.
Por lo tanto, la conservación de la Naturaleza y de todos los procesos naturales debe ir de la mano de la construcción de una sociedad justa y receptora de los valores humanos que posibilitan un desarrollo natural del hombre. Dicho de otra manera, no puede conservarse eficientemente la Naturaleza si se mantienen estructuras sociales injustas excluyentes. Es importante, dentro de toda esta terminología, destacar la diferencia entre crecimiento y desarrollo, vocablos empleados frecuentemente como sinónimos, que sin embargo encierran una realidad distinta. Cuando se habla de crecimiento, generalmente se trata de una progresión cuantitativa, una acumulación de cantidades. Sin embargo, desarrollo es una progresión cuantitativa y cualitativa, sujeta a un proceso evolutivo, en el que se parte de una solución menos eficiente (en el ámbito que sea) a otra más eficiente. Por lo tanto, el desarrollo suele dar resultados más completos y acabados que la mera acumulación que supone el crecimiento. En otras palabras, para que el crecimiento sea ordenado debe participar de un orden, de un desarrollo. Sin embargo, el esquema actual, contrapuesto a la promoción del desarrollo sostenible, se define como un crecimiento ilimitado e insostenible en el tiempo.
Por último, es imprecindible acabar definiendo los fines y objetivos del ser humano y la sociedad en su conjunto, puesto que dependiendo de aquellos, así deberán arbitrarse los modelos de desarrollo. Cuanto más inmateriales sean las metas propuestas, más solución de continuidad tendrán los modelos sociales, puesto que requerirá menos cantidad de recursos alcanzar una población realizada y satisfecha. Este planteamiento acerca de la naturaleza de las aspiraciones del ser humano no es sólo consecuencia de un informe realizado para el Club de Roma en la década de los noventa, en que se postula como única alternativa a un colapso ambiental de la Civilización actual, el que el interés de las sociedades se derive hacia “consumos menos materiales”, vinculados con el desarrollo del pensamiento y del conjunto de sensibilidades propiamente humanas.
Autor: Manuel Ruiz. Biólogo