Hace unos días organizamos una tertulia que titulamos “La Felicidad, una visión filosófica”, sobre si es posible ser feliz, si hay una Felicidad arquetípica al estilo platónico, sobre si la felicidad es algo subjetivo para cada ser humano, o si es algo efímero que se nos escapa entre los dedos de la mano como la arena del desierto.
El debate fue intenso y surgieron los referentes clásicos de siempre, entre ellas la postura defendida por Aristóteles, en el sentido de que ser feliz consiste en autorealizarse. “Solo hay felicidad donde hay virtud y esfuerzo serio, pues la vida no es un juego”, o “La verdadera felicidad consiste en hacer el bien”, comenta el estagirita. Otro enfoque de la felicidad nos lo dan los filósofos estoicos que hacen de la autosuficiencia virtud: “La verdadera felicidad no consiste en tenerlo todo, sino en no desear nada” dice Séneca en “Cartas de Séneca a Lucilio”. Para los epicúreos ser feliz es experimentar placer y evitar el sufrimiento y la filosofía oriental concibe la felicidad como un estado de armonía interior que es perdurable.
En el fondo todos identificamos la felicidad con uno u otro enfoque en un momento dado, lo interesante sería descubrir cual es el más perdurable, cual nos permitiría ser “felices” más tiempo.
Uno de los participantes en la tertulia aportó los enfoques de la felicidad del matemático y filósofo británico Bertrand Russell (1872-1970). Russel, que perdió a sus padres a temprana edad y fue educado por sus abuelos paternos, recibió una educación muy esmerada y se especializó en matemáticas y filosofía. En 1903 publicó su primera obra, “Los principios de las matemáticas”, siendo considerado como uno de los padres de la Filosofía Analítica moderna. En el campo de la filosofía sus pensamientos giraron alrededor del Idealismo Absoluto y más tarde del Atomismo Lógico y del Realismo, lo que le valió el Premio Nobel de Literatura en 1950.
En 1930 escribió su libro “La conquista de la felicidad”, donde fija como objetivo ofrecer al lector su propia experiencia y observación, “partiendo de la convicción de que muchas personas que son desdichadas podrían llegar a ser felices si hacen un esfuerzo bien dirigido”.
Como buen científico le da al libro una organización metodológica, lo divide en dos partes, causas de la infelicidad y causas de la felicidad. Entre las primeras refiere el aburrimiento y excitación, fatiga, envidia, el sentimiento de pecado (muy presente en la sociedad de su época), la manía persecutoria o el miedo a la opinión pública. En la segunda parte del libro se pregunta si es posible aún la felicidad después de todo lo anterior, y enumera aquellos valores o situaciones que nos pueden facilitar lograr un poco de la felicidad soñada. El entusiasmo, el cariño, la familia, el trabajo, los intereses personales o el esfuerzo y resignación son elementos que nos pueden llevar a la felicidad y termina hablando sobre el hombre feliz. “ La felicidad, esto es evidente, depende en parte de las circunstancia externas y en parte de uno mismo”, es decir, somos actores de nuestra propia felicidad.
Bertrand Russell hace defensa de la entrega personal sin esperar nada a cambio como elemento de felicidad cuando dice “El hombre feliz es el que vive objetivamente, el que es libre en sus afectos y tiene amplios intereses, el que se asegura la felicidad por medio de estos intereses y afectos que, a su vez, le convierten a él en objeto del interés y el afecto de otros muchos. Que otros te quieran es una causa importante de felicidad; pero el cariño no se concede a quien más lo pide. Hablando en general, recibe cariño el que lo da. Pero es inútil intentar darlo de manera calculada, como quien presta dinero con interés, porque un afecto calculado no es auténtico, y el receptor no lo siente como tal.”
En definitiva un libro y un autor que merece la pena ser leído.
José Morales