Sobre los Analectas de Confucio, decía el escritor Elías Canetti que “constituyen el retrato intelectual y espiritual más antiguo y completo del hombre. Nos sorprende como si fuera un libro moderno”. La obra de Confucio es el prototipo de lo que en Occidente llamamos un “Clásico”. Un texto de antigüedad variable, pero que se relee por cada generación con ojos renovados, buscando siempre claves para iluminar los dilemas que plantea el presente.
Las enseñanzas de Confucio fueron el motor de una silenciosa revolución que cambió toda la civilización china, desde los fundamentos mismos de una ética atemporal. El mismo concepto de Aristócrata, de Caballero, como hombre moral y no detentado de una posición social, provocó con el tiempo un debilitamiento de la aristocracia feudal a favor del establecimiento de un sistema imperial y burocrático, en donde la personificación del Hombre Ju o Caballero, estaría en el Funcionario, servidor del Estado y de sus semejantes, acreditado tras una ardua carrera de estudios y exámenes. Este cambio ocasionó, entre otras causas, un florecimiento milenario del Imperio Chino.
Hay un falso estereotipo del erudito o intelectual chino de la época imperial, popularizado a través de obras de ficción, principalmente de teatro. En éstas se presenta a una figura más bien pusilánime, alejada de la realidad, el funcionario chino es un estudioso rodeado de libros, que rehuye el esfuerzo físico. Esta imagen estaba muy alejada de la realidad. Un funcionario para llegar a serlo, no sólo debía acreditar una dilatada cantidad de conocimientos teóricos, principalmente haber asimilado perfectamente la tradición literaria clásica, antes que una especialización. “Quien revisando lo viejo conoce lo nuevo, es apto para ser un maestro”. El conocimiento del pasado, es la base para afrontar los enigmas que el futuro planteará al gobernante. Por ese motivo Confucio decía que “un caballero no es una vasija”(El término “vasija” se ha traducido también como “herramienta “ o “utensilio”. En este sentido hay estudiosos que han dado a esta sentencia la siguiente versión: “Un caballero no se deja manipular”.), su capacidad no estaba limitada como la de un recipiente sino que es infinitamente más elástica y adaptable a las circunstancias. La educación confuciana no se orientaba a la especialización, sino a una meta más formativa, más integral. Se suponía que mediante una rigurosa selección mediante exámenes que probasen los conocimientos del aspirantes en el conocimiento de los clásicos y probasen su talento literario, le confería la preparación suficiente para afrontar asuntos de gobierno de un gran territorio, desempeñando funciones de administrador, juez, policía, economista, ingeniero, militar, etc. … Este sistema es el clásico que se ha venido imponiendo, desde Grecia, Roma ,el Renacimiento italiano hasta hace poco, en donde las élites dirigentes del imperio británico, eran seleccionadas entre los graduados en Oxford y Cambridge, destacando por su conocimientos de latín y griego, y su conocimientos de los clásicos europeos por una lectura directa en su lengua, siendo el caso de Winston Churchill un ejemplo característico. “Un caballero amplía su conocimiento por medio de la literatura”.
Redundando en lo que a la especialización se refiere, Confucio añade que “el caballero considera el todo en lugar de las partes. El hombre común considera las partes en lugar del todo”. Porque la formación filosófica te enseña a valorar las cosas desde la perspectiva y la totalidad.
Al futuro funcionario se le exigía un excelente preparación física, no exenta en las pruebas de ingreso a los puestos del Estado. De hecho, los continuos cambios de destino, desplazamientos y viajes eran parte de la rutina de trabajo. Estos viajes, a veces a distancias muy lejanas, suponían un agotador esfuerzo, para el que muy pocos estaban preparados. El funcionario, además de leer y escribir correctamente, apreciar la buena poesía e incluso escribirla, se le esperaba experto en otras habilidades como ser buen jinete, buen espadachín, buen bebedor y no rehuir una pelea si ésta se le presentara. La práctica de las artes marciales formaba parte del curriculum laboral.
En época de Confucio existían las Seis Artes o Liu Yi : conocimiento de los ritos, música, escritura, aritmética, tiro con arco y conducción de carros, todas en igualdad de condiciones. El mismo Confucio era un consumado deportista, experto en el manejo de caballos, conocedor del tiro con arco, y aficionado a la caza y la pesca. Parte de su vida fue la de un intrépido viajero que, de feudo en feudo, hubo de sortear infinidad de peligros y conspiraciones contra su vida y la de sus discípulos.
“Los hombres íntegros hacen las cosas de una forma diferente”, dice Confucio. Es el estilo, la impronta es lo que diferencia el caballero de quien no lo es. Esa impronta es el destino realizado del Alma cuando florece en una personalidad correctamente cultivada. Es el caballero quien tiene el valor de asumir responsabilidades. En otra parte de las Analectas, Confucio no llega a decir que “un caballero siempre se resiente por su incompetencia, no por su anonimato”. La Recta Acción como acción eficaz y útil es lo primero, más allá de que las consecuencias sean el reconocimiento o la lapidación. Decía La Bruyère que “debemos trabajar para hacernos dignos de algún cargo; el resto no nos concierne, es asunto de los demás”.
“Un caballero se preocupa por la posibilidad de desaparecer de este mundo sin haberse hecho un nombre”. Confucio apuesta por una ética de la excelencia, del éxito fruto de un correcto cumplimiento de nuestro deber. En esta sentencia parece referirse a que un Caballero ha de dejar huella, se debe notar por donde ha pisado, sus huellas le delatarán en el buen sentido del término; en otras palabras, un filósofo ha de dejar una estela de discípulos, que son obras también visibles e invisibles. Es decir, que toda acción ha de buscar su culminación en la perfección de los resultados. Esto se relaciona con el sentido profundo del honor y la dignidad como vestidura del Alma. El hombre sabio, bueno y santo ha de hacerse notar, pues su misma presencia es un talismán contra todos los nefastos personajes que deambulan por la vida.
Confucio es una inagotable fuente de inspiración, pues nos ha presentado un modelo claro de Hombre Político, plasmado en la figura del Servidor Público. Es una ética activa, entregada al bien público, encarnada en una personajes, los funcionarios, que se rigen por honor y eficacia. Es bueno releer a Confucio pues si nuestra brújula la orientamos al Ideal que el explicó, seguro que culminaremos con éxito todo aquello que nos propongamos.
Por José Antonio Ruíz